El cementerio “El Ángel”, uno de los más conocidos en la provincia de Chacas (Ancash) por las leyendas tenebrosas que se entretejen alrededor de el. Ahí, el 31 de octubre, me encontraba contemplando el ocaso. Había llegado a la casa de mi abuelo a pasar una temporada, la cual se extendió un poco más de lo previsto.
Era la primera vez que pasaba este día, en la que pasaba halloween, en la sierra del país. Yo siempre buscaba algo de música criolla para mantener un yin-yang entre esos dos polos, claro que ahora me resultaba imposible conseguirla puesto que mi abuelo vivía fuera de la ciudad, en las laderas, cerca (ni tanto) al río. Es por ello que opte por esperar la noche echado en el verde pasto, bajo un árbol, con la única compañía de “Juanito”, el perro de la casa, y las estrellas que, a diferencia de la ciudad, aquí si son posibles ver.
De pronto una silueta oscura me sobresalto paralizándome por unos segundos. Iba caminando rápidamente y poco a poco se alejaba cuesta abajo. Una extraña curiosidad lleno mi ser y, sin más, decidí seguirla (o) mientras Juanito iba delante de mí. Poco a poco aquel personaje aumento su velocidad y yo, sin darme cuenta, también iba acelerando el paso aunque, aún, ha distancia prudencial. Por fin mi escurridizo amigo se detuvo. Fue entonces cuando pude darme cuenta de que el curioso personaje era pequeño, algo regordete y sin embargo muy rápido y ágil. Se detuvo, miró alrededor y emitió un sonido parecido a un silbido, al poco tiempo, de entre los arboles, apareció una nueva figura. Distinguí que llevaba un polo a rayas horizontales, tenía la contextura de un niño y, al parecer no tenía cabello. Empezó a conversar algo con el primero y luego desapareció.
Juanito y yo nos encontrábamos unos metros atrás siguiendo la escena hasta que sentí un dedo que tocaba mi hombro. La imagen me sorprendió. La calavera de un niño cubierto con el mismo polo que vi antes, un pantalón marrón y unas zapatillas gastadas estaba detrás de mí. Caí al suelo anonadado, entre asustado y maravillado (¿?) y, antes que me diera cuenta, alguien pequeño, algo viejo y de vista calmada también se había incorporado a la escena. Los dos me quedaron mirando por un momento, hasta que por fin el más pequeño, con mirada amable y mucha serenidad, me preguntó:
-¿Quién eres?
-Me llamo Santiago, soy nieto del anciano que vive colina arriba.
(Silencio)
-¿Quién eres? –volvió a preguntar-.
Al mirarlo a los ojos se me vino una respuesta y, aunque con algo de muchas dudas, me animé a responder –mm… ¿un humano?-
Ambos retrocedieron con algo de susto. El niño tomo una actitud bastante tímida (aunque ya estaba así desde la primera vez) y el duende cambió su expresión amable inicial por un ceño fruncido y una expresión severa.
-¿Qué haces aquí? ¿Por qué siguiéndonos?- pregunto, casi gritando
Intimidaba, realmente intimidaba. Su pequeña figura se erguía inmensa. No encontré respuesta, los nervios me invadieron y los ojos del duende me comían vivo. En aquellos momentos un susurro, como un canto, llego desde lo lejos. Entonces el duende, bastante extrañado y a regañadientes dijo:
-Síguenos.
Caminé detrás de ellos. Aun notaba el desgano y fastidio del duende que le murmuraba al “niño calavera”, mientras este aún permanecía con su actitud tímida. Caminamos un largo tramo hasta llegar cerca al río. De pronto divise una cueva de la cual salía una luz tenue y se comenzó a escuchar algo de música. Llegamos a la entrada de la cueva y grande fue mi sorpresa al ver una danza de personajes “salidos de la mente de Tim Burton” al ritmo de una melodía que invitaba a la felicidad. Pude distinguir a centauros, ogros, gatos y demás animales que hablaban, fantasmas y otros espectros, ninfas y un gran número de otras especies, todas bailando entre ellas, felices, como si no existiera nada más. El duende, que hasta ese momento había seguido con su expresión de fastidio, se puso alegre y se acopló a los demás; inclusive al “niño calavera” le salió una leve sonrisa (aunque tímida aún).
Yo me encontraba de pie contemplando la escena asombrado por lo que mis ojos me mostraban. De pronto levanto la mirada y al lado mío una dama bellísima, iluminada celestialmente se encontraba a mi derecha observando, también, la escena.
-Lindo ¿verdad? Todos. Cada uno de ellos distinto al otro y cada uno don una particularidad que lo hace especial.
-Pero, ¿quién es usted, y quienes son todos ellos?
-Soy la madre naturaleza, ellos son mis hijos, criaturas que alguna vez vivieron en armonía con los humanos, pero la ambición de estos y su temor irracional, por lo diferentes que eran, los hizo perseguirlos e inclusive llegando a matarlos dejando a unos cuantos viviendo en la clandestinidad en lo más profundo de los bosques o sitios alejados.
-Oh, ya veo. Es por eso la actitud del duende cuando le dije que era un humano.
-Si, discúlpalo. Es por eso que le envié un mensaje en el canto diciéndole que te dejara llegar hasta aquí. No muchos pueden verlos este día pues una vez al año cada 31 de octubre les otorgo el poder ser invisibles para que festejen y se diviertan, sólo los humanos que no tengan intenciones de dañarlos los pueden ver.
-Pero ¿sólo una vez al año?, ¿porqué?, ¿qué pasa si alguna persona los ve y, por miedo o x motivos les hacen daño?
-Esa es su misión encontrar personas que no les hagan daño, gente en la cual puedan confiar. Entiende, sólo espero que alguna vez puedan volver en armonía con los humanos y que bailen felices como ahora.
No quise preguntar más. Con esto último tuve suficiente. Me senté y simplemente contemple…, y sonreí.
PD: Un pequeño cuento en homenaje a Tim Burton y a sus interminables personajes que, desde niño, han guiado y guían mi imaginación. Por cierto.. alguien que me preste Sweeney Todd por ahí??