Las semanas posteriores al reencuentro se convirtieron en días entretenidos. La pasábamos de broma en broma pero con una incomodidad interna que ambos sentíamos pero evitábamos demostrar. Aún mantenía un cariño mucho más que amical por ella, lo que ella sentía por mi eso sólo ella lo sabe. Conversábamos, nos jodíamos, coqueteábamos incluso, ella porque es así, no le puedo increpar nada. Y yo, a sabiendas que eso me hacia sentir peor, idiota total, me mantenía ahí.
Por suerte la universidad no se circunscribe a mi salón. En los corredores siempre se encuentran con personas que de un momento a otro pueden cambiar tus emociones y hacer renacer cosas, olvidadas quizá. Una de las tardes, en los corredores de la facultad, cuando me quede haciendo un trabajo conocí a Fernanda. Ya nos habíamos visto anteriormente, pero nunca intercambiamos palabra alguna. Sin embargo ahora la encontraba a ella sola puesto que había llegado tarde a una de sus clases y el profesor no la había dejado entrar. Mi atracción hacia ella y mi extraña caballerosidad (que me hace no dejar a una chica sola, salvo raras excepciones) me dieron las excusas perfectas para acercármele e iniciar, lo que yo pensaba seria una breve charla.
La “pequeña charla” se extendió casi por una hora en la que aproveche para conocerla lo más que podía. Hablábamos acerca de ella, acerca de mí, nos reíamos de algunos profesores que odiábamos y reíamos de algunas bromas totas que, a veces, me suelen ocurrir. La conversación hubiese continuado si su maldito profesor no hubiese salido para por fin dignarse a dejarla pasar. Se despidió a la volada sin antes estamparme un cariñoso beso en la mejilla que me hizo adorarla aun más.
Desde entonces, y aunque por tan sólo breves momentos, siempre intercambiábamos sonrisas y miradas. Esa mirada que me hacía sonrojar y, curiosamente, hacía incomodar a Gabriela cuando se encontraba presente en estas escenas. Si bien continuaba siendo la misma, adorable, fría y calculadora como siempre, la reacción que tubo ante esto fue inesperada para mi sorpresa, quizá esto no lo esperaba (o por lo menos no tan pronto). La coquetería paso a transformarse en seriedad y fastidio en mi contra. Incluso se molestaba conmigo sin razón alguna.
De esto tuvimos que hablar y lo hicimos. Una charla que terminó en besos apasionados pero paradójicamente vacios. Concluimos en que era mejor alejarnos emocionalmente por un tiempo. Los trabajos los haríamos tratando de evitarnos, y cualquier otra cosa que nos juntara la superaríamos evitando a toda costa romper nuestra promesa. Sin embargo en cada encuentro a solas terminábamos quebrantando nuestros propios acuerdos. Caricias y besos sin sentidos manejaban como marionetas cada uno de nuestros movimientos y yo, pese a vera Gabriela frente a mis ojos no podía dejar de pensar en Fernanda. Desde esa primera larga conversación sólo había tenido la oportunidad de cruzar palabras dos veces más y cada una con una cantidad de tiempo menor que la anterior. El tiempo era mi peor enemigo para poder acercármele. Casi nunca coincidíamos en nada y tan sólo atinaba a admirarla de lejos como un ser celestial que a cada paso dejaba un polvo celestial a su alrededor.
Su rostro, sus labios, su mirada. No podía sacarla de mi mente. Me había enamorado. Otra vez…
Continuará...