Allá por los años 30, un hecho nunca antes visto en las calles de la Lima de entonces horripiló a los ciudadanos.
Al hotel Comercio, ubicado en la esquina del Jirón Carabaya con el Jirón Ancash (al lado de palacio de gobierno), habían llegado dos españoles Marcelo Ortiz y Sergio Gallegos, prósperos empresarios de aquel entonces que habían llegado a Lima en busca de pasar una temporada de excesos entre alcohol, drogas y prostitutas; disfrutando de las ganancias obtenidas por sus empresas. Tentados, además, por una por un posible negocio en la Lima de antaño que, para los empresarios españoles, se había convertido en toda una mina de oro.
El lugar escogido para pasar su temporada por Lima no podía haber sido mejor. El centro agrupaba a los empresarios de mayor éxito. Nobles paseaban por el Jirón de la Unión y las dos plazas que este une, eran los mejores contactos que podían hacer para incrementar, aun más, sus, ya de por si, abundantes bolsillos. También era un punto estratégico para disfrutar en grande pues aquí se agrupaban los mejores bares, puntos para encontrar a las mejores damas de compañía limeñas, que estaban listas para abalanzarse sobre sus gordas billeteras, ofreciendo a cambio su bella presencia y sus más exquisitos sabores.
Partieron, entonces, a recorrer cada una de las calles. Entraron a bares. Se hacían amigos de los señorones que frecuentaban los locales. Tomaban unos tragos. Cerraban algún trato y se iban. Por las noches frecuentaban los burdeles más prestigiosos de la ciudad, pagando altas sumas de dinero por la compañía de las más lindas chicas que laboraban en dichos lugares. Y, bueno su vida se había convertido en eso. Conversaciones y tratos con otros empresarios de día. Alcohol, drogas y putas en las noches, durante las cuales se producían los más grandes despilfarros de dinero. Pero, bueno, el dinero no era problema para ellos. Las empresas que manejaban les daban la suficiente solvencia como para no tener que preocuparse por lo que gastaban. Pero la ambición por querer obtener más y más es mayor que todo y eso les hace salir a buscar potenciales empresarios con los cuales cerrar nuevos tratos que les permitan obtener más ganancias y incrementar su ya, de por sí, abultada cuenta, y también esta ambición fue la causal de la ruptura de la amistad. De hecho la ambición se había estado apoderando de Sergio desde hace mucho antes de llegar a Lima, y ya había empezado a mover las fichas para quitar a su amigo y socio toda potestad sobre los bienes que ambos administraban para que el pueda quedar legalmente con todo lo que poseían y acusarle de malversación de fondos, llevándolo con esto tras rejas para siempre.
Paradójicamente, Marcelo, esa noche, le propuso celebrar por sus grandes éxitos dejando las putas y drogas de lado por esa noche, y simplemente emborracharse y conversar en el bar que se ubicaba debajo del hotel. El bar “Cordano”.
Bar visitado por empresarios y políticos, que no estaba preparado para los hechos que sucederían esa noche. Pero ni el bar “Cordano” ni el hotel “Comercio” estaban preparados para los hechos que acontecerían esa noche.
Marcelo y Sergio bajaron al bar y empezaron con lo que se convertirían en rondas y rondas entre piscos y cigarrillos, conversando de sus inicios, anécdotas y vanagloriándose de los éxitos conseguidos y burlándose de los otros empresarios que habían dejado en ruinas al abrirse camino en sus negocios, esos empresarios que ellos solamente veían como estorbos. Estorbo, en ese momento eso es lo que era Marcelo para Sergio, un estorbo más, el cual era cuestión de tiempo para que todas las empresas quedaran en su posesión y Sergio quede en prisión gracias a sus artimañas.
Eran las tres de la mañana y el local ya cerraba sus puertas. Los dos subieron a sus respectivas habitaciones. A la hora de esto Sergio despertó. Escucho un ruido por los pasadizos del hotel. Se levanto de su cama, abrió la puerta y vio el pasadizo completamente vacio. Regreso a su cama. Un rato después alguien golpeo a su puerta.
-Sergio, ¿estas despierto? –preguntó Marcelo tras la puerta.
-Pasa la puerta está abierta. ¿Qué quieres?, son casi las cinco de la mañana.
-Tenía que hablar contigo sobre algo. Eh estado pensando y creo que sería buena idea
separarnos y empezar a caminar por nuestro lado. Cada uno con nuestras propias ganancias y aventurarnos en nuevos negocios individualmente.
-De hecho, yo también eh estado pensando en lo mismo...
Mientras decía esto, Sergio levantó los ojos y vio como un hacha se dirigía hacia su cráneo.
-Pero luego pensé, ¿y porqué dividir los bienes si puedo tenerlo todo? –dijo Marcelo, mientras hundía una y otra vez el hacha en la cabeza de su compañero- de hecho yo eh hecho más para sacar a flote todos los negocios, tu sólo fuiste un costal con el que tenia que cargar por “amistad”. Pero sabes ya me canse de todo.
Luego de varios golpes con el hacha secciono en partes a Sergio, las metió dentro de un costal. Como aun era temprano y las calles de Lima estaban vacías y la densa neblina daba el camuflaje perfecto, Marcelo corrió por las calles llevando el costal los restos de su amigo. Paso por las barras que separaban al río Rímac, caminó hasta la orilla y arrojó los restos de su amigo. Marcelo calló sentado a las orillas y empezó a reír.
Años después un viejo que frecuentaba el bar “Cordano” contaba la historia de los dos empresarios españoles, que un día llegaron a Lima en busca de placer y mayor éxito en negocios pero una mañana aparecieron muertos. Uno a las orillas del Rímac, muerto de un balazo. Las investigaciones de la policía indican suicidio. El otro, varios metros más allá, enredado entre los arbustos dentro de un costal. Asesinado y cortado en partes. Y cerraba la historia diciendo que por fin Lima podía jactarse de “esos crímenes horripilantes y sabios que son moneda corriente en Londres, Nueva York, Berlín o Chicago”.
PD: Cuento inspirado en el asesinato real de Marcelino Domínguez a manos de su socio Genaro Ortiz. Mencionado en el libro de Rafo León. “Lima Bizarra”