viernes, 13 de noviembre de 2009

Mi abuelito es un florero

Hay mi abuelito, quien lo viera y quien lo vio un galante caballero de la vieja escuela, buen mozo, como diría mi mamama, y “jilerito” como pocos. Un florero de aquellos. Un gran tipo mi abuelito, y trabajador de sol y sombra. Toda su vida la dedicó, hasta que paso su herencia a mi padre y a mí, a la confección de floreros de cerámica de la más alta belleza, y gracias a los cuales se había ganado la admiración en todo el pueblo y las miradas coquetas de las muchachitas de su época no podían faltar pues esos de que sus manos hacían maravillas había salido de contexto. Pues deberán saber que en sus años mozos mi abuelito fue un galanazo y eso nadie se lo puede quitar.
Y si, “fue”, pues la semana pasada dio ya su último suspiro el pobre de mi abuelo, que me decía siempre muchacho debes marcar a cada chica que te guste, mírale a los ojos, ve a ganar, nada de titubeos carajo, eso déjaselos a los maricones de los “pituquitos” que lo tienen todo con su plata pero en cosas de mujeres se orinan, nosotros en cambio sabemos lo que es ganar las cosas con esfuerzo, somos artesanos ¡machos!, como pocos y las mujeres las ganamos, con esfuerzo pero nos las ganamos sino pregúntale a tu abuela, la chola como se me resistía pero yo ahí dale y dale hasta que cayo pues.

Ese abuelo, viviste bastante bien ¿no?, ahora ya puedes descansar en paz en tu vasija de cerámica, ese recipiente que hiciste para que tus cenizas se conserven una vez te hayas ido, odiabas los cementerios.

-Ah no, no, ¡no! A mí a un cementerio no me mandan o vengo por las noches y les jalo las patas van a ver –les decía a mi padre y a mis tíos- un cementerio, ¡va! Luego sacan mi cuerpo para meter en el mismo poso a otro fulano y a mi me botan donde sea, no, no y ¡no!, me queman y mis cenizas aquí mismito.

Y lo que decía mi abuelito se respetaba pues, aún ahora después de muerto.

Pero desde que te fuiste abuelito, las cerámicas ya no me salen tan bien debo confesarte. Y con las muchachas del pueblo ni que decir, todas me ignoran olímpicamente, me faltan tus consejos esos trucos tuyos para seducirlas. ¿Te acuerdas de Mechita?, esa pues la hija del hacendado, la que ya estaba cayendo con el floro que me decías. Pues desde que te fuiste ya no se como acercarme a ella y la muy coqueta ya le esta echando ojos al Pedro Antúnez el de ojitos azules hijito del alcalde, tremendo mariconazo ese…

Hay abuelo ya no se que hacer, por lo menos quiero mejorar mis cerámicos y por eso te llevé al taller como dijo mi mamá: llévate las cenizas del abuelo hijo, para que te inspire en tus trabajos, ya vas a ver.

Te llevé esa misma mañana que mamá me dijo eso, te protegí como lo más sagrado que había, te coloque cerca para que me inspires mientras moldeaba la cerámica y trataba de idear formas para crear una verdadera obra de arte. El cansancio me ganó así que me paré y fui a tomar un vaso de jugo. Al regreso tuve la mala suerte de tropezarme y golpear la mesa donde coloqué el recipiente. Este se volteó y todo su contenido cayó la masa de cerámica que trabajaba.

Las cenizas le dieron un extraño y preciso brillo a la masa de cerámica que en esos momentos, olvidándome de que eras tú quien le daba ese brillo, empecé a moldear para crear al fin una verdadera obra de arte. Y eso fue lo que cree al fin abuelito, un florero bellísimo en tu honor.
Y así, mientras todos piensan que aún te conservas en el recipiente, que ahora tas sólo contiene tierra (y por suerte nadie nunca la abre), contemplan la hermosa brillantes del florero que cree. Yo te conservo como en la inspiración que me diste ese día, y en esa inspiración te rendí el homenaje que te merecías pues decidí conservarte como el eterno “florero” que fuiste.

domingo, 1 de noviembre de 2009

el viejo futbolero (cuando un encuentro ocasiona nada)

El señor “chancalata” es el mecánico del barrio y vive a cuadra y media de la casa de Raúl. Es un viejito borrachín de base cinco aproximadamente, que cada vez que se encuentra con sus amigos o clientes les invita ha echarse unas cervecitas y estos, ni cortos ni perezosos no dudan en sacar los billetes con los que iniciarán la borrachera y en la cual nuestro querido viejito “chancalata” gastará todas sus ganancias de la semana y tendrá que volver a juntar dinero el día siguiente para poder comer.

Pero no nos olvidemos de Raúl. Pues el no es nadie en especial. Un joven de 17 años que estudia para ingresar a la universidad y ser un gran abogado como su padre. –¿O quieres terminar como ese viejito que pasa por la cuadra medio borrachín?- Es la pregunta que le hace su madre cada vez que en el almuerzo familiar alguien saca el tema de “los estudios de Raulito”. A el no le importa mucho la verdad, tan sólo quiere vivir una vida tranquila, sin preocupaciones.

Una mañana de domingo en la cual Raúl llega a la bodega a comprar los respectivos panes y embutidos que saciarán el voraz apetito de su gordo y calvo padre, el pequeño estomago de su madre y los cuales ignorará su hermana por estar a régimen; en esa misma mañana, en ese mismo lugar y en ese mismo instante, mientras en la radio se escuchan los resultados de los partidos de futbol del día anterior –acompañados de los respectivos comentarios de ese periodista que aún no se hace a la idea que el Perú hace mucho dejó de ser un país medianamente importante en el ambiente futbolero- en ese preciso momento hace su aparición nuestro amigo “chancalata” y pidió –“200 gramos de maíz partido por favor, que mis pollos tienen que engordar”.

Ambos cruzaron un saludo algo disforzado y el señor “chancalata”, destilando un olor embriagante a su alrededor, dijo:

-Hay el futbol de ahora, ¿cuánta plata se llevan esos mocosos no?, con eso ya se tienen asegurada la vida carajo!

-Si pues, sería una buena vida esa, así se podría vivir tranquilo- añadió de manera casi instantánea Raúl.

-Si yo hubiese tenido mejor suerte muchacho, ¿tú crees que estaría ahora aquí? –Añadió- pues ¡no! Yo estaría en una casa bonita con mi mujer y ocho hijos. Viviendo bien de todo lo ganado como futbolista. Pues debes saber que yo de joven fui un gran futbolista. Aquí chato y todo flaco como me ves, pucha diablo, yo era el terror entre las defensas de los equipos del de las divisiones menores en mi Chincha natal. Y es más, yo jugué para el equipo de Ica y íbamos con fuerza para luchar la copa Perú, pero nada pues, mi familia se vino a la capital y yo aún atados a ellos tuve que viajar también. Ya a partir de eso ya no tuve más oportunidades de jugar y termine como me vez.

-Y ¿no regreso a su ciudad natal para juntarse con sus antiguos amigos de peloteo? –Pregunto Raúl algo interesado en el relato del curioso personaje con quien erala primera vez que cruzaba más palabras que simplemente “hola” o “buenos días”.

-¡Me llamaron! –Respondió orgulloso- quisieron hacerme un homenaje y todo por lo bueno que fui y todas las alegrías que les di con mis goles a esas personas en aquellos tiempos, pero si iba ¿quién se encargaba de mi negocio?, no pues. Ya a estas alturas de la vida a alguien como yo ya no le queda tiempo para vivir y sólo le queda sobrevivir.

-Bueno maestro, un gusto haberlo escuchado, ya me debo ir con las cosas para el desayuno de mi familia.

Raúl dejó al viejo “chancalata” ahí en la bodega, probablemente aún pensando en sus años de gloria. Mientras se dirigía a su casa pensaba en que sería bonito hacer algo por ese buen hombre como traer el homenaje a Lima con toda su gente.

Pero sabía que hacer eso era imposible para el así que saco un trozo de pan de l bolsa se lo metió a la boca y bostezó pensando en los libros que aún le quedaban por leer.
 


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