viernes, 24 de abril de 2009

rueda monedita

Eran las siete y treinta de la mañana del jueves 23 de abril y Ricardo acababa de levantarse y empezaba a prepararse para ir a clases en la universidad San Marcos. Se duchó, se cambió, tomo su desayuno y, tomando el sencillo que todas las mañanas le deja su padre en la mesa se fue. Pero esta vez una moneda de cincuenta céntimos quedó olvidada en la mesa. La madre de Ricardo vio la moneda olvidada y la agrego en su monedero y partió para comprar las cosas del día al mercado ubicado a unas cuadras de la casa. ¿Cuánto están las zanahorias?, preguntaba. Un sol el kilo, le respondían. ¿Cuánto el tomate?, ahora. Ochenta céntimos para ti caserita. Cincuenta céntimos de zanahoria también por favor. Ahí tiene seño, si tuviera sencillo por favor. Claro aquí tengo cincuenta céntimos. La señora Hortensia guardó la moneda en el mandil y continuó atendiendo.

La señora Hortensia era una Ancashina que venía semanal mente a la capital con nuevos productos que ofrecía a toda su clientela. Pero, como pocas señoras de la sierra, tan sólo tenía un hijo (la mayoría suele tener de cuatro para arriba por lo que eh visto). Este era Julio, muy travieso. Jugaba con las papas desde que vio a unos malabaristas callejeros. Una vez que se cansaba de lanzar las papas al aire se ponía a jugar futbol con la más grande que encontrara. Y, luego del deporte llega el hambre. Era cuando se ponía a masticar lo que encontrara, pero esta manía se le quito cuando, una vez, mordió una cebolla. Desde entonces siempre le pedía a su mamá una moneda (o se la sacar del mandil mientras ella atendía) para comprar alguna golosina.
Curiosamente ese día, al pequeño Julio, le volvió la manía de introducir cosas a la boca. Sacó una moneda del mandil de su madre y se la tragó. Un ataque de tos le produjo inmediatamente el tragarse la moneda y su madre, al verlo así, llamó una moto taxi que andaba cerca, lo introdujo en el y lo llevó a la posta más cercana. Mientras iban en el transporte le iba golpeando la espalda con la esperanza que la moneda fuera expulsada, y, sí, la moneda saltó de la boca del niño y fue a dar a la pista por uno de los innumerables espacios que tiene la moto taxi.

Eran las seis de la tarde y Augusto salía del colegio con un grupo de compañeros y se dirigían a la cancha de fulbito para el acostumbrado partido de fulbito de los jueves. La cancha de fulbito se encontraba a unas cinco cuadras del mercado del barrio y a una de la posta, fue por esa zona donde Augusto, al agachar la cabeza vio una moneda de cincuenta céntimos cubierta de polvo. Augusto la recogió y guardo para apostarla en el partido. Jugaron tres rondas (una para desempatar) y Augusto salió mal herido del último encuentro al recibir una barrida de Oscar y quien, a la postre, se llevaría los cincuenta céntimos de Augusto, pues su equipo ganaría.

Oscar volvió a su casa pero antes de llegar optó por tomarse una gaseosa para calmar la sed que le había generado tan disputado encuentro de fulbito. La opción fue la bodega de doña Lucha. Doña Lucha era la más querida bodeguera de la cuadra, no sólo por su amabilidad, si no por lo rápido que atendía pese a su avanzada edad. Tenía la costumbre de conversar un poco con la clientela que venía a consumir algo ahí, sean niños, jóvenes y adultos, siempre encontraba algún tema de conversación. Doña Lucha recibió los cincuenta céntimos y los guardó en la cajita donde iban las monedas. Conversó un rato con el muchacho hasta que vio a Ricardo caminando en la vereda de enfrente.

¡Ricardo, muchacho!, grito. Ten los cincuenta céntimos que le debo a tu mami, dile que gracias.

Hay seño, me los quedaré nomas. En la mañana me olvide de cincuenta céntimos en la mesa de mi casa y por culta de eso tuve que venir caminando las nueve cuadras que me separan de la avenida, casi me roban por ahí…

Y Ricardo continuó hablando con doña Lucha por un rato más.

viernes, 17 de abril de 2009

el que escucha pero no siente

Sebastián es un chico tranquilo, bastante flojo pero sin llegar a ser un holgazán. En sus dos décadas de vida ha conocido a muchas personas, ha aprendido a reconocer emociones, saber cuando decir algo y cuando callar es, quizá, su mejor cualidad. Por su amabilidad y su saber callar los secretos, sus oídos se volvieron en contenedor de numerosas historias, problemas familiares pero sobre todo problemas del amor. Amigos y amigas han acudido a el para desahogarse y tratar de quitarse un poco de todo el peso que llevan, quizá esperando una respuesta a sus dudas o un consejo para solucionar sus trivialidades, pero ¿cómo esperar consejo sobre el amor de alguien que nunca se ha enamorado?

Las primeras noticias del “amor” le llegaron a los once años, cuando cursaba los últimos años de educación primaria. De hecho desde antes había sentido algo diferente a la amistad hacia alguna que otra amiga de colegio. Desde muy temprana edad había aprendido a admirar la belleza femenina, si mal no recuerdo fueron los ojos de una pequeña dama, Gabriela era su nombre. Esta niña, que había conocido desde los inicios de su etapa escolar, y con quien compartiría los primeros cuatro años de colegio despertó en el sus primeras inquietudes amorosas. La relación con esta infanta quedaría tan sólo en amistad, pues a hasta esa corta edad no alcanzó a obtener el valor para animarse a algo más. Para el quinto año de primaria, por cuestiones académicas, paría de la sección “C” hacia la “D” donde conocería nuevas amigas y un nuevo gusto nacería también. Pero esta vez fue poco menos que un gusto, una atracción rara, indefinible, primera atracción meramente sexual quizá. Pero enamoramiento imposible llamarlo. El último año, como comentaba en esta párrafo conocería, aunque en forma de espectador, la relación de pareja. Dos amigos (ni tanto) se habían convertido en los primeros en pasar la línea de la amistad, claro que al pronto tiempo su experimento-ilusión se acabaría. Así terminaría la educación primaria y llegaría la secundaria.

Desde Gabriela no había esa emoción, esa atracción hacia las chicas, pero con el primer año de secundaría esa emoción sería sobrepasada y por mucho. Kemana, una niña linda, una barbie con quien me encontraría en su nuevo salón. La amistad con ella nació rápido y poco a poco nos compenetramos, el coqueteo en el empezó aquí, y no solo con ella, otras niñas también habían captado su interés, pero no estaba lo suficientemente convencido para empezar nada con alguien. Fueron los últimos años de ese grado escolar cuando por fin supo que Kemana podría volverse en mi primera “señorita enamorada”. Lastimosamente, al año siguiente, Kemana abandonó el colegio pues su familia viajaba a EEUU y nunca más la volvió a ver.

Dos, tres años pasarían y algo curioso ocurriría con Sebastián. Empezaba ha crecer en el una especie de rechazo hacia las relaciones de pareja. Veía como uno a uno, amigos y amigas caían (o eran arrastradas) hacia esta “moda”. Veía también como muchos empezaban renegar de esto. Vio, incluso, muchas lágrimas rodar, “es por amor” oía decir, en mayor parte a amigas suyas. ¿Amor?, ¿de verdad creían que esos juegos de púberes rebeldes, y apenas con una pisca de lucidez que aun esta en nacimiento, representaban el amor? Por su parte, Sebastián, no había sentido una atracción tan fuerte desde Kemana y los últimos años había pasado por algunos gustos que no pasaban de eso. Ya sus labios habían conocido el dulce néctar de una hembra, pero sin la pasión que quisiera experimentar. Los últimos dos años de etapa escolar un nuevo gusto nacería pero, una vez más, sin concretar nada. Los inconvenientes: la presión que sentía de sus compañeros por su falta de amante y, lo que más pesaba en su decisión de no concretar nada, el pronto viaje de la chica.

Había conversado con Luciana muchas veces. Se habían vuelto muy amigos, y en una de estas pláticas ella le contó que partiría del país apenas acabe el colegio y esto lo había desanimado del completo. No le llamaba para nada la atención de la despedida novelesca en la cual se veía involucrado si es que daba el paso. Optó por continuar esa relación de amistad y no más pese a que ya muchos de sus amigos y amigas le habían asegurado que ella también sentía un gusto por Sebastián. Sin embrago ambos continuaron cada uno con su propia historia. Ella empezaría una relación con un chico de la clase iniciando, así, su propio juego de dos. Como ya era costumbre con otras parejas, Sebastián contempló en esta nuevas discusiones y líos, ante los cuales el se hacía de la vista gorda y sólo fungía de confidente de Luciana cuando ella se sentía mal, puesto que, pese a que ambos aún sentían un gusto mutuo, dejaban esto de lado y mantenían su amistad. Nunca ocurrió nada entre ellos. La relación de Luciana terminó y ella partió a EEUU también.

Sebastián veía a muchos otras parejas. Nuevas historias llegaban a sus oídos. Y nada lo hacía entender lo que significaba el amor realmente, ¿o es qué acaso todo eso también involucraba el amor?, ¿conocería alguna vez otro tipo de amor?, ¿sería su primer amor también como lo que ha visto siempre?

De lo vivido en la universidad Sebastián por ahora prefiere callar, pero, en otra oportunidad, quizá lo narrará.

viernes, 10 de abril de 2009

mi pequeño hombrecito

Abría los ojos y la tenue luz de la mañana de otoño se colaba por los pequeños espacios que dejaban descubiertas mis ya gastadas cortinas. Veía la hermosa sonrisa de mamá quien me samaqueaba delicadamente para que me despertara y pudiera salir a tiempo para llegar temprano al “nido”. Mi peinado con raya al costado y mi mandil azul de cuadritos me hacían sentir el más idiota del mundo pese a que, antes de partir, mamá decía que era el hombrecito más lindo del mundo. Caminábamos las dos cuadras que separaban mi casa del local del “nido” y cuando llegábamos veíamos como numerosas madres entraban y salían por la puerta principal. Mamá siempre me dejaba a unos metros de la entrada para evitar recibir los reclamos de la directora por alguna travesura que haya cometido el día anterior. Me daba un beso en la frente y esperaba hasta verme entrar. Mi maestra era encantadora. Siempre nos recibía con una sonrisa y nos entregaba algunos dulces antes de empezar la clase.

Pero dentro de mi mágico mundo infantil, también había espacio para cosas de mayores. Ahí, dentro del salón se encontraba la niña más bonita que jamás había visto, la niña de cabellos ondulados con lazo blanco y de mejillas rosadas, siempre que la profesora le hacía una pregunta mis ojos se dirigían al asiento que se encontraba diagonal a mi, donde se encontraba ella . La oía responder y la veía tomar asiento feliz porque la profesora había aprobado su respuesta con un: “muy bien”. Todos los días era lo mismo. Yo la contemplaba cautivado pero mi timidez no me permitía acercármele y en desfogue de esto cometía numerosas travesuras por las cuales mamá no me acompañaba a la puerta a la hora de entrada y me esperaba en una tienda, a media cuadra del “nido” en la salida. Mamá siempre fue atenta a todas las cosas en que pensaba (preocupantes o que me ponían feliz) pero esta era una excepción. Ni pensaba que su pequeño hombrecito ya estaba jugando con los temas del amor, pero una tarde, en la salida, una tarde que mamá no se encontraba en la tienda si no que estaba conversando con una amiga, se percató de mi desvío de mirada hacia el lugar por donde se alejaban la niña de cabellos ondulados y su madre. Mamá comprendió en el acto lo que pasaba y al día siguiente, antes de que partiera hacia la entrada, sacó de su bolso una cajita de plástico que en el interior tenía una flor. La introdujo en mi mochila y dijo: “se la darás cuando estén en el recreo. No le digas nada tan sólo dásela y espera”. Las indicaciones de mamá eran específicas y esto me había dado algo de valor pues siempre que hacía lo que me decía mamá las cosas salían bien. Claro que hasta ahora esto no había sido puesto a prueba en los temas amorosos. Pero bueno ya estaba decidido, espere paciente el recreo y cuando llegó espere un poco hasta que estuviera sola. Saqué la cajita de mi mochila y me dirigí hacia ella. Las manos me sudaban y el cuello del maldito mandil me apretaba más que nunca y me sentía más idiota aun con mí, aun más odioso, peinado de raya al costado. Me detuve frente a ella y le extendí la cajita. –Esto es para ti- le dije. Ella tomo la cajita y sacó del interior la flor que mamá había colocado cuidadosamente. Me sonrió y me beso la mejilla. Un “gracias” se escapo de entre sus labios y partió hacia otro lugar. Yo me quede parado un momento en el mismo sitio algo sonrojado pero reventando de felicidad. Luego de esto, empezábamos a intercambiarnos palabras y cada vez que ella me sonreía me sentía en el cielo. Meses después acabo la etapa del “nido” y ambos fuimos a colegios diferentes razón por la cual no la volví a ver.

Pero aun hay algo que también debo recordar de esa época de mi vida. Ese año hubo, también, otra niña en mi vida. Esta se ubicaba tres asientos detrás de mi linda niña y un asiento detrás de mí en diagonal. Era una niña regordeta de gafas redondas, como las de aquel músico británico que murió a manos de un fan en la puerta de su cuarto de hotel (perdón, por un momento vino a mi la melomanía interna). En los recreos siempre se iba hacia un rincón para comer lo que su madre le había enviado de lonchera. Era algo rara, hablaba con nadie y casi nunca participaba de los juegos a menos que la profesora, prácticamente, la obligara. Mi concepto de ella hubiese terminado ahí si es que no se me hubiese acercado un día a decirme: “te quiero”. Estas palabras me dejaron con un “y ahora ¿Qué hago?” en la cabeza. La piel se me había puesto como la de gallina, la niña era una cabeza más grande que yo y su cuerpo me doblaba en tamaño, una bofetada me hubiese tumbado al piso. Sin embargo, con toda la crueldad que, inconscientemente, puede tener un niño de cinco años, tres palabras salieron de mi boca en ese momento. “Tu eres fea”- dije, y me fui corriendo temiendo que la niña me tome de la mano y me golpe. Luego de ese incidente empecé a seguirla con la mirada, temiendo alguna represalia de su parte pero nada, continuó siendo la misma chica solitaria de siempre: de gafas, callada y regordeta. Cada cierto tiempo me pregunto: “que me hubiese aconsejado mamá en este caso”. Y siempre me respondo: “seguramente me hubiese dado una tremenda paliza por lo que dije”.

Sin embargo mamá ya no esta con migo y ahora yo, que ya se cosas de la vida como el romper un corazón y que correspondan al mío. Ya soy todo un hombrecito de siete años que esta listo para aventurarme en la vida, ¿verdad papá?

-Si hijo, tu madre seguro estará muy orgullosa de ti.

jueves, 2 de abril de 2009

La increíble historia del chico triste que hacia reír

Y con la desaparición de los naipes, luego de un flamear de fuego, el mimo daba por culminado su show. Los niños se despedían de el con una sonrisa, algunos acercándose, otros, más tímidos, de lejos con un vaivén de manos. Los padres dejaban unas monedas en la canasta agradecidos por las sonoras carcajadas sacadas por su cómico espectáculo y por el entretenimiento brindado a sus hijos y a ellos mismos.

El mimo recoge sus cosas una por una. Dejando espacio a los próximos expositores del arte de la calle que por un rato más se apoderarán de un espacio en la alameda Chabuca Granda, y divertirán a nuevos pasantes de este lugar tan concurrido.

Por hoy, para el mimo, sólo queda retirarse. La noche ya empieza a asomar y con ella recuerdos que prefiere olvidar. Olvidar, es imposible olvidar. Su mente lo recuerda aunque el lo niegue con toda la fuerza de su corazón. Esa traumática noche en la que su voz se esfumo. De pronto la imagen de un niño de siete años ubicado frente a la pantalla de su televisor, se le vino a la mente. Era el año 1994, recuerda, y el quedó paralizado ante la noticia que acababa de ver en el noticiero, fue algo completamente inesperado, toda su infancia se quebranto de porrazo. Es mentira -se dijo muchas veces- no puede ser cierto –repetía en su mente, pues su voz se había desvanecido y sus padres, al ver esta escena, se asustaron, lo abrazaron, pero ya no se podía hacer nada. De aquel niño alegre y travieso ya no quedaba nada.

(…)

Caminaba por el Jirón de la Unión de retorno a casa. De cuando en cuando se detenía a entregarles globos en forma de animales a niños, de esos que empiezan a llorar y sus padres no saben como detener el llanto. El mimo los entregaba y con una sonrisa calmaba el llanto de los pequeños y continuaba su camino.

(…)

Los padres del niño llevaron a este de inmediato al hospital, pero los doctores dijeron que el problema era meramente psicológico. Cualquier posible solución no estaba en sus manos darla. El niño entonces pasó por una infinidad de psicólogos quienes hurgaron dentro de sus pensamientos y todos concluyeron en que el silencio del niño se debía al trauma surgido por la noticia de aquel fatídico 13 de marzo de 1994. Los psicólogos trataron de ayudarle, le explicaron las cosas y, de alguna forma, estas palabras, si bien no hicieron que el niño vuelva a hablar, hicieron que creara una respuesta en reacción, una formula que le ayudara a superar su temor. Y desde entonces lo decidió. No quería que ningún niño sufra como el, la tristeza debería parar y el trataría de detenerla. Para esto el ya contaba con 18 años y fue entonces cuando lo decidió. Dejo los lujos de la casa un día de verano y, mochila a la espalda, inició su viaje a ninguna parte, el viento o guiaría.

(…)

Llegaba a la entrada de una casona vieja donde vivía en compañía de otros singulares personajes, malabaristas, payasos, ilusionistas, todos artistas callejeros y uno que otro integrante de un colectivo que se presenta en pequeñas carpas improvisadas cada cierto tiempo. Entrega los cinco soles correspondientes del menú del día a una anciana muy amable quien le entrega dos platos con comida hasta el tope. La anciana era como una madre para todos aquellos jóvenes y niños que por cosas de la vida habían caído en ese lugar. Converso con nuestro mimo por un largo rato, mientras este terminaba de comer. Luego se retiró y el mimo se adentró en la casona rumbo a su cuarto.

(…)

El joven había dejado una carta a sus padres contando sus planes y pidiéndoles, por favor, no buscarlo. EL joven conoció a diversas personas que al igual que el buscaban cambiar en algo lo que hasta ahora habían vivido. Aprendió. Convivió. Renació. Su viaje lo llevo por casi todo el Perú. Guías espirituales guiaron su alma y volvió a Lima completamente renovado. Cuando estuvo de regreso se reencontró con sus padres. Luego de una larga charla con ellos en su antigua casa, salió de nuevo a las calles a cumplir con la promesa que se había hecho. Desde entonces su nombre quedo en el olvido y sólo se conoció su arte, ese que generaba carcajadas de, inclusive, el más parco de los transeúntes.

(…)

El mimo, luego de un día de agotador se sentó en un mueble de su pequeña habitación y vio una hoja de periódico que se encontraba pegada en la pared. Una lágrima rodo por sus mejillas. Pero luego sonrió y dijo para sí: “Ya estoy devolviendo las risas que me regalaste”.

La hoja era del 13 de marzo de 1994 y hacía mención a la trágica muerte de Mónica Santa María, una de las animadoras de un programa infantil de los 90’s llamado “Nube Luz”.

 


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