El tenía la vista desviada pensando en un millón de cosas. Sus ojos no reflejaban el más mínimo interés por algo en particular. Sus manos estaban sobre la mesa, impávidas; no se podía descifrar algún sentimiento específico en el. Mientras tanto su mente lo sumergía en un sinfín de recuerdos que jamás se le borrarían.
Frente a el, al otro lado de la mesa se encontraba ella. Era todo lo opuesto. Tenía una sonrisa tímida y cándida, sus manos se cerraban apretándose entre sí. Los ojos reflejaban aquella ilusión que el enamorarse se encarga de brindar.
Ella le acaba de pedir que empezaran a salir juntos, -me gustas mucho- le había dicho. Un tiempo como amigos entre risas y juegos habían anidado en ella un sentimiento de amor hacia el.
Él, en el mismo tiempo le había tomado cariño a la chica, la miraba con ternura. Sin embargo, y como ya se dijo, los recuerdos nunca se borraron ni se borrarían.
-Puedo quererte. Podemos salir. Podemos convivir, podemos tener sexo, podemos casarnos inclusive. Puedes conocer a mi familia (padres, hermanos, tíos y a quien quieras que te presente). Puedo conocer a tu familia (padres, hermanos, tíos, sobrinos y a quien quieras que soporte). Inclusive si te tomo el suficiente cariño podemos planear tener un hijo o hija a quien querré con todo mi ser. Todo eso te puedo ofrecer si es que deseas salir con migo. Lo único que tendrás que asimilar es que nunca te voy a amar, eso ya lo hice algún tiempo atrás.