domingo, 24 de mayo de 2009

Todo vuelve ha empezar

Las semanas posteriores al reencuentro se convirtieron en días entretenidos. La pasábamos de broma en broma pero con una incomodidad interna que ambos sentíamos pero evitábamos demostrar. Aún mantenía un cariño mucho más que amical por ella, lo que ella sentía por mi eso sólo ella lo sabe. Conversábamos, nos jodíamos, coqueteábamos incluso, ella porque es así, no le puedo increpar nada. Y yo, a sabiendas que eso me hacia sentir peor, idiota total, me mantenía ahí.

Por suerte la universidad no se circunscribe a mi salón. En los corredores siempre se encuentran con personas que de un momento a otro pueden cambiar tus emociones y hacer renacer cosas, olvidadas quizá. Una de las tardes, en los corredores de la facultad, cuando me quede haciendo un trabajo conocí a Fernanda. Ya nos habíamos visto anteriormente, pero nunca intercambiamos palabra alguna. Sin embargo ahora la encontraba a ella sola puesto que había llegado tarde a una de sus clases y el profesor no la había dejado entrar. Mi atracción hacia ella y mi extraña caballerosidad (que me hace no dejar a una chica sola, salvo raras excepciones) me dieron las excusas perfectas para acercármele e iniciar, lo que yo pensaba seria una breve charla.

La “pequeña charla” se extendió casi por una hora en la que aproveche para conocerla lo más que podía. Hablábamos acerca de ella, acerca de mí, nos reíamos de algunos profesores que odiábamos y reíamos de algunas bromas totas que, a veces, me suelen ocurrir. La conversación hubiese continuado si su maldito profesor no hubiese salido para por fin dignarse a dejarla pasar. Se despidió a la volada sin antes estamparme un cariñoso beso en la mejilla que me hizo adorarla aun más.

Desde entonces, y aunque por tan sólo breves momentos, siempre intercambiábamos sonrisas y miradas. Esa mirada que me hacía sonrojar y, curiosamente, hacía incomodar a Gabriela cuando se encontraba presente en estas escenas. Si bien continuaba siendo la misma, adorable, fría y calculadora como siempre, la reacción que tubo ante esto fue inesperada para mi sorpresa, quizá esto no lo esperaba (o por lo menos no tan pronto). La coquetería paso a transformarse en seriedad y fastidio en mi contra. Incluso se molestaba conmigo sin razón alguna.

De esto tuvimos que hablar y lo hicimos. Una charla que terminó en besos apasionados pero paradójicamente vacios. Concluimos en que era mejor alejarnos emocionalmente por un tiempo. Los trabajos los haríamos tratando de evitarnos, y cualquier otra cosa que nos juntara la superaríamos evitando a toda costa romper nuestra promesa. Sin embargo en cada encuentro a solas terminábamos quebrantando nuestros propios acuerdos. Caricias y besos sin sentidos manejaban como marionetas cada uno de nuestros movimientos y yo, pese a vera Gabriela frente a mis ojos no podía dejar de pensar en Fernanda. Desde esa primera larga conversación sólo había tenido la oportunidad de cruzar palabras dos veces más y cada una con una cantidad de tiempo menor que la anterior. El tiempo era mi peor enemigo para poder acercármele. Casi nunca coincidíamos en nada y tan sólo atinaba a admirarla de lejos como un ser celestial que a cada paso dejaba un polvo celestial a su alrededor.
Su rostro, sus labios, su mirada. No podía sacarla de mi mente. Me había enamorado. Otra vez…
Continuará...

domingo, 3 de mayo de 2009

reencuentro...

Habían pasado poco más de un mes de ese último catorce que la vi. Desde ese día no nos volvimos a cruzar, quizá por casualidad o simplemente por que en el fondo evitamos cualquier posible encuentro, tontamente por cierto, pues era tan sólo cuestión de tiempo para que nos volviéramos a ver.

De ella sólo sabia de lo que me contaban nuestros amigos en común. Que como estaba por los días en que acabábamos de terminar, que si salía con algún chico, pero sobre todo me interesaba saber lo que decía cuando le preguntaban del porqué terminó nuestra relación. La respuesta más fácil fue la de “mutuo acuerdo” y desviaba el tema. Pero hubo alguien que si supo la verdad. Miriam, su mejor amiga, me encaró luego de que Gabriela le contara lo que ocurrió el día de la separación: ¿Cómo es posible que le hayas hecho eso?, yo pensaba que eras un caballero, etc. Tuve que explicarle mi intención de no venganza, sino, por el contrario, mi deseo de que nuestra separación se ah recordado también como un momento en que disfrutemos los dos. Por suerte, luego me enteré que Gabriela si lo había entendido así.

Pasó poco más de mes y medio y las clases universitarias volvieron a empezar. Hoy sería nuestro primer encuentro después de tiempo y, como para alargar nuestro primer cruce de palabras, opte por ir temprano (recordando que la puntualidad no era una de sus virtudes) para así no convertir a Gabriela en las primeras personas en ver. Ella pensó lo mismo quizá o fue una tremenda coincidencia del destino, el hecho es que al iniciar las escaleras que me llevaban al tercer piso me la encontré, ahí, tan linda como siempre. Nos miramos por un momento sin articular palabra. Ella fue la que inició la conversación, “hola, ¿cómo haz estado?”, me dijo. Yo le respondí algún balbuceo que en sonó coherente y le devolví la pregunta. Seguimos conversando todos los escalones que llevaban al tercer piso (deben saber que en nuestra universidad, nacional, el único ascensor que existe es un proyecto a escala que ni siquiera funciona como debiera).

Todos comentaron un posible reintento de relación pues sin inconscientemente terminamos sentándonos uno detrás del otro. Ella me contaba sus cosas, yo les hacía bromas de lo que oía y también le contaba lo que había hecho desde nuestro alejamiento. Todo volvió a ser como antes, como en el año pasado en que nos conocimos. No, todo no. Sin duda que en el fondo algo, aunque fuera mínimamente, había cambiado. Cada vez que los demás nos miraban sentíamos algo raro, sentíamos que estábamos haciendo algo indebido y empezábamos a disimular. Todo el día nos pasamos en ese plan. En los cambios de curso nos pasábamos desmintiendo rumores de una reconciliación y los más jodidos nos encaraban y decían: “ya pues, déjense de webadas, digan la verdad”.

La verdad era esa, de alguna rara forma habíamos retomado la amistad perdida entre la relación y, por suerte, recuperada mágicamente en nuestro primer día juntos luego de.

Nos despedimos y un alivio tremendo me invadió, no por el hecho de que por fin paso el reencuentro, sino porque terminó de la forma más linda que me haya imaginado. La vi alejarse con Roberto, un nuevo “incauto” que cayo y que le paga todo según me contó.
(continuará...)
 


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